La Pitanga, esa pequeñita fruta (Eugenia uniflora), conocida como ñangapiry, capulí, pitanga, grosella o cereza de Cayena es un árbol pequeño o arbusto neotropical de la familia de las mirtáceas, tiene un sabor muy propio y casi que solo bien madura sabe bien. Es muy generoso, fácil de “pegar hijos”: de sus propias semillas, se ponen a germinar sobre macetas con tierra y a poquitos va creciendo la planta. Luego se transplanta a tierra firme y se deja crecer tanto como se guste.
Así nació el que tengo en mi casa, como un arbolito de jardín, que cuando está en cosecha parece navideño, con sus luces de colores. Curiosamente no todos maduran al mismo tiempo, entonces se disfruta el espectáculo de verlo florecer paulatinamente, ver crecer los frutos verdes, como cambian su tonalidad de amarillo, anaranjado hasta llegar el rojo en su madurez y dulzura de sabor. Sí se deja, alcanza altos tamaños y se hacen muy frondosos.
No es una fruta completamente dulce pues se combina con algo entre amargo y ácido. Así que solo las rojas saben mejor. Pero cada quien puede encontrarle el gusto para saborearla como fruta fresca o bien hacer esta receta.
El almíbar es muy fácil de hacer y en solo minutos lo tendremos listo, la receta clásica indica 1 taza de azúcar y 1 taza de agua, colocar los ingredientes en una olla, disolver el azúcar en el agua y llevar al fuego mediano por unos 15 minutos. Lo importante es no dejar de remover, porque de lo contrario se puede caramelizar y no servirá, dejar hasta que tome la consistencia espesa.
Se le puede añadir el jugo de 1 limón ácido, 1 cuchara de licor, sirope de cola o 2 gotas de colorante rojo vegetal. Añadir 2 tazas de pitangas bien lavadas y dejar que alcance el hervor y se tome del sabor del almíbar.
Puede servirse tibio y si le pone helados encima, las temperaturas crean una obra artística en su plato.
O bien lo disfruta ya frío, sola o también con helados como un completo postre refrescante.